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Cepeda González, Luis Alberto | Reseñas históricas | Periodismo y divulgación | Periodistas | Oviedo | Comarca de Oviedo | Centro de Asturias | Montaña de Asturias | Asturias | Principado de Asturias | España | Europa.
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Mapa de situación del concejo
Mapa de situación del concejo de Oviedo. Asturias.
Escudo del concejo
Escudo del concejo de Oviedo. Asturias.
Descripción
Luis Alberto Cepeda, periodista y maestro de una generación de profesionales de la información, nació en Oviedo el 13 de noviembre de 1924 y falleció en su ciudad natal en agosto de 2003. Hizo la carrera de Derecho (promoción 1944-1949) en la Universidad de Oviedo y se licenció en Periodismo por la Escuela Oficial de Madrid, en 1952. En el diario ovetense La Nueva España desarrolló, desde el 1 de marzo de 1945, gran parte de su dilatada trayectoria, habiendo sido redactor, jefe de sección, redactor jefe, secretario de redacción, director, director adjunto y subdirector. Fue corresponsal del diario ABC y de las agencias Pyresa y France-Presse, colaborador en el semanario Hoja del Lunes de Oviedo (desde el 31 de agosto de 1987 al 1 de junio de 1992) y en Radio Oviedo, Radio Popular de Asturias en Avilés y Radio Nacional de España en Asturias, director adjunto del Boletín del Ilustre Colegio de Abogados de Oviedo entre 1971 y 1976, consejero nacional de Prensa (1966), y ostentó varios cargos en la Asociación de la Prensa de Oviedo.
Casado y padre de cuatro hijos, fue comendador de la orden del Mérito Civil. En honor suyo, de su padre José Antonio (fallecido en 1944) y de su hermano José Antonio (fallecido en 1999), se inauguró en Oviedo, en diciembre de 1996, una calle denominada Periodistas Cepeda.
Luis Alberto Cepeda: Oviedo, desde el mundo
Éste el título del siguiente discurso con el que el director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, glosó la figura del fallecido periodista ovetense en el acto en que la Asociación de la Prensa de Oviedo le concedió, el 17 de septiembre de 2004, el título de honor, de forma póstuma, una distinción que recogió su viuda, Dolores Gallego.
Podría hablar largo tiempo, sin falsilla, de Luis Alberto Cepeda: del hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno; del consejero sabio y discreto; del acérrimo partidario de la concordia; del amigo fidelísimo y tierno, «con quien tanto quería».
Bien es verdad que para hablar de todo ello aquí y ahora —en esta casa, quiero decir— debo hacerme violencia para que la avalancha de recuerdos personales no desborde el cauce del discurso y, desde luego, para que las anécdotas no avasallen las categorías, por más que alguna pudiera servir para alumbrarlas. La dificultad se acrecienta al tener que deslindar una figura de perfiles claros del entorno de tradición y de compañeros en el que Luis Alberto Cepeda ejerció su profesión de periodista.
Partamos del hecho que nos convoca: la Asociación de Prensa de Oviedo ha decidido instituir su título de honor y otorga el primero, a título póstumo, a Luis Alberto Cepeda.
Es decir, la corporación de periodistas reconoce en grado eminente la tarea de un periodista de Oviedo, hijo de periodista, que cumplió aquí su carrera siempre en el mismo periódico, en el que recorrió total la escala de funciones: redactor, redactor jefe y director, de manera casi paralela a las responsabilidades asumidas en la desaparecida «Hoja del Lunes» de la Asociación de la Prensa. Y todo ello, en unos años difíciles, también apasionantes y decisivos, de la historia de Oviedo, del Principado y de España.
Un periodista de Oviedo. No sólo, ya se entiende, un periodista que ejerció en Oviedo, sino un ovetense de pura cepa. No pertenecía Cepeda, desde luego, a aquella clase o grupo de ovetenses «grandones» que iban a los partidos del Oviedo con la Cultural Leonesa, con un gran escapulario que rezaba «¡Hala, Oviedo!», y que alborotaban los bares del barrio húmedo pidiendo un chato y pagando el doble de su precio, para que se notase la superioridad. No, desde luego.
Pero tardará en nacer, si es que nace, un ovetense que ame más que Cepeda a su ciudad con ese amor que significa conocimiento profundo, visión clara del horizonte de progreso de una ciudad y compromiso insobornable de servicio diario y constante a esa idea, llevado a sus más pequeños detalles. Cuando lo conocí en LA NUEVA ESPAÑA, era Luis Alberto el responsable de la sección local. Confieso que en aquel momento a mí, obviamente despistado, me parecía una ocasión menor. Me deslumbraban por entonces los reportajes de Oriana Fallaci, los brillantes análisis sociales y tantas cosas de la prensa internacional que Juan Ramón Pérez Las Clotas llevaba y nos hacía llevar debajo del brazo.
Pero el propio Juan Ramón Pérez Las Clotas reclamó mi atención sobre Cepeda y su, a mis ojos cegatos, «modesta» sección: «Es un profesional excelente»; «cada día es mejor profesional»; «es un modelo»... Y así, al par que con el trato de Luis Alberto aumentaba nuestra amistad personal, empecé a descubrir los secretos de la excelsitud de lo pequeño. Cepeda demostraba conocer meticulosamente el callejero íntegro de la ciudad y todo lo que en el callejero se movía. Mi di cuenta muy pronto de que, fiel a la historia urbana, no era un tradicionalista a ultranza, un purista. No era, desde luego, un «clariso» —calificativo que por aquellas calendas recibían los que se oponían al maridaje de lo antiguo conservado y lo nuevo en las ruinas del antiguo convento de Santa Clara, hoy Delegación de Hacienda (Recuerdo bien la gracia expresiva con que contaba Cepeda la llegada impetuosa, el primer día de las obras, del por otra parte benemérito y excelente arquitecto don Luis Menéndez Pidal, que tantos edificios antiguos restauró en Asturias: «Paren, paren las obras», decía gesticulante don Luis, y Cepeda imitándole, y el albañil de turno: «¿Qué dice, paisano?» Quítese, quítese de ahí, que una piedra va a desgracialu»). Era, pues, Cepeda un verdadero tradicionalista, que pensaba que cada generación debe entregar a la que sigue lo mejor de su tiempo. Ajeno a todo inmovilismo, contrario a cualquier pastiche, me di cuenta de que a aquel periodista de lo local le interesaba sobre todo el hombre, los que en Oviedo vivían. Dicho de otro modo, que a él le interesaba el urbanismo, en el más amplio sentido del término, como medio en el que se moldea y configura la ciudadanía. Y en esa perspectiva se comprende la importancia que daba a la obra bien hecha, por modesta que fuera: un asfaltado mal hecho, un letrero chillón, una escultura mediocre o mal ubicada, un jardincillo descuidado... le hacían estallar, enrojecido, de cólera.
¡Ah!, pero la exigencia de perfeccionismo meticuloso empezaba por imponérsela a sí mismo en su escritura periodística. Sus crónicas y artículos quedan en la hemeroteca como un ejemplo de objetividad, de precisión —cualidad que él estimaba como la mejor del periodista— y, lo que es más admirable, conociendo su temperamento, de mesura. Lo recuerdo bien a la hora de redactar en las viejas Olivetti. Sacaba del bolsillo de la chaqueta la cuartilla con unas notas garabateadas. Y comenzaba la lucha: se mordía los rebordes de los dedos, escribía, se paraba y quedaba pensativo, se levantaba a pasear... Y al final, el prodigio de amor a las cosas menudas, la información veraz, el juicio claro, el tono mesurado.
No era, sin embargo, lo local su única preocupación. Cinéfilo empedernido, durante bastante tiempo simultaneó su responsabilidad principal con la de crítico de cine. Y allí, siempre con la preocupación del hombre concreto al fondo y con la guía instintiva de lo auténtico, su estilo se esponjaba sin caer en el barroquismo, la verbosidad, y, ¡Dios nos libre!, de la pedantería.
Cuando lo hicieron redactor jefe, y más tarde director, no hizo sino aplicar sus principios básicos del buen hacer y un concepto del periodismo que venía de atrás, de aquella generación de Ortega y Pérez de Ayala, que sostenía que la regeneración de España requería, antes que una educación política, la educación de la sensibilidad. Para ello quería Ortega que los intelectuales y periodistas fueran «aristócratas en la plazuela». Y la norma para conseguirlo era muy clara: o se hace literatura, o se hace precisión, o se calla uno. Ya queda dicho que Cepeda eligió la precisión. El ovetense Pérez de Ayala (Campomanes, 26), por su parte, concebía el periódico como conversación, en el sentido etimológico del término, y, por tanto, como espacio público de diálogo ciudadano. Ése era, justamente, el ideario rector de Luis Alberto Cepeda.
He dicho, como de pasada, al principio, un periodista de Oviedo, hijo de periodista. «Cepedina» —que así nos referíamos a él familiarmente— era hijo del redactor jefe de «Avance», el periódico socialista incautado por los falangistas para crear, sobre él, LA NUEVA ESPAÑA. Cuando yo conocía a Luis Alberto —fines de los años cincuenta— era director del periódico Paco Arias de Velasco, uno de los falangistas fundadores. Muchas veces he pensado y alguna vez he dicho que cuando con la debida perspectiva —y aún falta tiempo— se haga la historia de la transición democrática, del franquismo al periodo constitucional, habrá que valorar en su justa medida lo que en esos años —digamos, de manera aproximada, 1955-1975— hicieron, con tanteos y tensiones, los periódicos; en nuestro caso, los periódicos de Asturias. Si los periódicos prepararon la transición, propiciando, dentro de límites ineludibles, el cambio de sensibilidad que hizo posible, junto con otras muchas aportaciones, la transición en paz, fue porque en los periódicos —y pienso ahora en LA NUEVA ESPAÑA, porque de Cepeda corresponde hablar hoy, pero podría y debería extenderse a otros—, fue, digo, porque aquí se había hecho ya la transición y la habían hecho hijos de las dos Españas salvando lo que, de haberse salvado, habría evitado la fractura fratricida: salvando la palabra.
Todo —ha escrito Octavio Paz—, los imperios, los estados, todo está hecho de palabras. ¿Qué harías —le preguntaron al maestro Confucio— si te nombraran gobernador de la isla de Wey? Sin dudarlo, contestó: cambiar el lenguaje. El día que murió Juan XXIII Luis Alberto Cepeda y yo coincidimos al buscar el título. A toda plana diría el periódico: «La paz perdió a su amigo». Yo sabía muy bien a esas alturas cuál era la preocupación primera de aquel responsable de la sección local que había llegado a director.
Vengo diciendo que era hijo de periodista republicano para subrayar que sé que la Asociación de la Prensa, vosotros, sus compañeros, queréis reconocer en Luis Alberto Cepeda lo que fueron sus raíces y lo que fue, también, entorno de compañeros ideales y fatigas empeñados en crear en los asturianos una nueva sensibilidad de concordia. Y vengo diciendo, con calculada ambigüedad, que fue un periodista de Oviedo: de Oviedo porque ovetense de toda la vida, pero de Oviedo, también, porque en Oviedo centró su atención y no vio el mundo desde Oviedo sino Oviedo desde el mundo, desde los valores de universalidad y progreso. Oviedo ha de ver cómo le paga la deuda. Vosotros, la Asociación de la Prensa de Oviedo, se la pagáis a él y a lo que él ha supuesto con este primer título de honor.
Datos técnicos
Clasificación: Reseñas históricas
Clase: Periodismo y divulgación
Tipo: Periodistas
Comunidad autónoma: Principado de Asturias
Provincia: Asturias
Municipio: Oviedo
Parroquia: Oviedo
Entidad: Oviedo
Zona: Centro de Asturias
Situación: Montaña de Asturias
Comarca: Comarca de Oviedo
Dirección: Oviedo
Código postal: 33009
Web del municipio: Oviedo
E-mail: Oficina de turismo
E-mail: Ayuntamiento de Oviedo
Comarca de Oviedo
Está en el corazón de Asturias y su capital, Oviedo, es la del Principado y fue en el pasado capital del primer reino cristiano de la Península Ibérica y origen del Camino de Santiago.
La comarca está conformada por uno o varios concejos (municipios). En este caso: Oviedo. Los concejos representan las divisiones administrativas dentro de la comarca y son responsables de la gestión de los asuntos locales en cada municipio.
Dirección
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