Amanecía y el sol lucía espléndido.
Había llovido los días anteriores y la mañana nos reservaba una sorpresa increíble: el vapor de agua cálido y húmedo a un tiempo, formaba uno de los mares de nubes más espectaculares que habíamos tenido nunca ante nuestros ojos.
Una marea que lo invadía todo, hasta las mismas faldas del Sueve o de las cumbres majestuosas del macizo occidental de los Picos de Europa, convirtiendo estos gigantes en islas mágicas, como si de un archipiélago en medio del océano se tratara.
El mar de nubes se esfuma poco a poco, lentamente, y de pronto un claro en verde aparece, un mundo de bosques, valles, ríos y aldeas, y en el medio de todo ahí están ellos: son los hórreos.
Cuando los descubrimos, tal parece que llevaran allí siglos... Llevan tanto en el lugar que los vio nacer que en realidad su contemplación es más bien un viaje al pasado, porque además cada uno nos cuenta una historia diferente: si la familia que lo utilizaba era numerosa, si tenía posibles o no, si lo cuidaba, si el terreno en el que lo construyeron era el más adecuado o tuvieron que salvar dificultades orográficas, si hubo alguna otra motivación en su gestación que no fuera la de la mera supervivencia, si ha llegado al presente con su misión de antaño, si han sabido adaptarlo al ritmo y necesidades de la vida actual... Un mundo de sueños en el aire, en el mismo aire cálido y húmedo que los sume entre la niebla.
Pensados para vivir mejor
Los hórreos tuvieron y tienen, en todas las geografías donde el clima ha propiciado su aparición, la misión de granero, de almacén, sobre todo para preservar la cosecha de la humedad y de los roedores y otras alimañas que pudieran dañarla, causando así una pérdida irreparable.
Han sido por tanto un invento anónimo pero clave para la sobrevivencia humana, que pervive en el tiempo con absoluta rotundidad, como queriendo recordarnos de dónde venimos.
Asturias no fue ajena a este gran invento pensado para vivir más y mejor, y no solo eso, sino que además le añadió a esta palafítica construcción de la Europa Atlántica un plus de identidad, de simbolismo, de imaginación, de sentido lúdico y de fiesta.
Es así como el hórreo asturiano es inconfundible.
Con la singularidad además de que es desde sus inicios un granero vinculado especialmente al cultivo del maíz.
Si echamos un vistazo panorámico sobre Asturias, es decir, si pudiéramos hacer una especie de visión 360º caemos en la cuenta de que los hórreos son un elemento identitario de la Asturias rural como ninguno, y de que a pesar de que muchos se los ha llevado la riada del tiempo, aún quedan ejemplares y conjuntos impresionantes, que nos dan idea de la importancia que tuvieron en tiempos pretéritos... Hoy simbolizan la Asturias más antigua, más natural, más sobreviviente, más valiente, más mágica; simbolizan el alma asturiana sustentada sobre los pegollos de la fuerza, la integridad, la historia y el esfuerzo colectivo.
Hoy en día los hórreos no cesan de contar historias, casi tantas como las vidas que los sustentan, que los miman y los animan... Aquí tenéis unas pocas.
Cuando la pomarada está cerca
La producción de sidra en Asturias es tan antigua como la invención y uso de los hórreos o más.
Por eso no es extraño encontrarnos una pomarada —conjunto de manzanos plantados en una tierra— y muy cerca el hórreo, componiendo una estampa idílica, especialmente en primavera, cuando los manzanos están en flor e inundan con su color y olor el cielo y la caleya...
En el solaz de una quinta
El hórreo aparece con cierta frecuencia en las quintas de recreo, palacios y casas principales como complemento ideal de las fincas y estancias.
En la mayoría de los casos ya no tiene el uso primigenio, sino que es más bien un detalle ornamental y un espacio de solaz, “diseñado” a gusto de quienes lo disfrutan... Y es verdad que un hórreo es perfecto para el goce tanto estético —porque lucen espléndidos en cualquier jardín, terreno, prado o similar— como funcional —porque se les puede dar casi cualquier uso, tantos como todos los que se te ocurran dejando volar la imaginación—...
Y por si fuera poco, son un símbolo de identidad que muestra la querencia de quien los posee y los mantiene por una tierra tan singular como la asturiana.
El tiempo detenido
Una de las primeras sensaciones que te producen los hórreos, sobre todo los más antiguos —los que datan de los siglos XV, XVI o XVII— es que el tiempo está detenido dentro y fuera de ellos.
A su alrededor parece que todo siguiera igual.
Te sientes en una aldea asturiana cuatrocientos o quinientos años atrás.
El sonido del silencio, el verde del paisaje, el canto de los pájaros, el sol, los carros del país debajo del hórreo reposando para volver a la faena, el tejo —árbol mitológico de los celtas— abrazando al hórreo y, al mismo tiempo, a su abrigo.
Hasta Cronos —el dios del tiempo— quedaría fascinado por un hórreo asturiano.
Momento zen
Muchos hórreos se han convertido con el tiempo en lugares perfectos para un “momento zen”, de relax infinito, de meditación, de tranquilidad, de susurro y conversación, y también de buen llantar, bien protegidos del sol o del orbayu, o acariciados por los destellos de la luna llena.
Son espacios de socialización que hacen la convivencia más feliz.
Son ventanas a paisajes de ensueño, y aún hoy siguen siendo claves para vivir más y mejor.
Con la iglesia hemos topado
La memoria popular y oral, y algunas crónicas ubican a los hórreos al lado de capillas que ya no existen.
Incluso los vinculan a rituales cristianos, y recuerdan que se oficiaba misa debajo de algunos de ellos.
Sea como fuere y como reza el dicho popular “con la iglesia hemos topado”, y es así como descubrimos en Sietes - una aldea de Villaviciosa muy conocida por haber sido elegida para la presentación mundial de Windows 7 – un impresionante hórreo al lado de una de las pocas iglesias renacentistas de Asturias, la de San Emeterio.
El contraste y el conjunto es cuando menos sorprendente y muy guapo.
El hórreo y la caleya
Sin salir de Sietes, nos encontramos con una deliciosa curiosidad... No sabemos muy bien lo que fue primero, si el hórreo o la carretera; imaginamos que el hórreo, y que después, con la mejora de la comunicación terrestre, vino la carretera, para cuyo trazado seguramente se aprovechó una antigua caleya...
Bueno estamos fabulando un poco..., que también para ello se prestan los hórreos, sobre todo cuando para continuar ruta tenemos que pasar por debajo.
Una sensación diferente para esta fábula que podría titularse El hórreo y la caleya.
Una obra de arte policromada
Llegamos a Espinaréu (Piloña), y nuestra retina se fascina con los hórreos policromados que nos salen al paso.
Las maderas con las decoraciones de colores nos recuerdan a los grabados prehistóricos y a las pinturas rupestres, y también a las tallas románicas.
La policromía nos sumerge en un mundo simbólico e imaginativo que sublima las texturas de la madera, y que nos hace sentir la piel del hórreo en todos sus matices.
Es como si el paso del tiempo hubiera ido esculpiendo una verdadera obra de arte, viva como la madera que la sustenta.
Hórreo con decoración policromada en Espinaredo (Piloña)
La magia de un vestigio
La presencia de un hórreo es tan poderosa que incluso cuando tan solo queda el solar o emerge mimetizado entre la vegetación, parece un imponente ser vivo.
Nos contempla expectante y firme, dispuesto a luchar antes de rendirse, antes de derramar la memoria entre el humus de la tierra.
Lleva en los genes de la madera y de la piedra el estigma del sufrimiento y de la supervivencia.
¡Nunca es tarde para rescatar un hórreo del olvido!
Hórreos en conjunto
Cuando están todos juntos, el conjunto es monumental, aparecen como gigantes que decoran la aldea con su porte sobrio y elocuente.
En Asturias hay varios pueblos que conservan conjuntos que impresionan por su belleza y potencia.
Son Espinaréu, en Piloña, y Sietes, en Villaviciosa, que juntan entre los dos casi sesenta.
Ambas aldeas son memoria etnográfica en vivo y en directo.
Y especialmente en directo impresionan...
Hórreos al detalle
Los gatos adoran los hórreos y les encanta vivir en ellos, curiosear, descansar o simplemente observarnos circunspectos..., y con su gracilidad le añaden un punto de misterio a los históricos graneros.
La llave del hórreo es un elemento mítico, literario y popular por excelencia... Y todavía hoy quedan algunas muy auténticas.
Las puertas del hórreo y su forma, sus tallas, su estructura, su orientación... son un detalle siempre llamativo.
En el interior del hórreo se almacenan decenas de enseres, cosechas y hasta secretos insospechados, y su exterior es un mosaico de vidas y haciendas: Es frecuente ver el maíz y también las cebollas cultivadas en la huerta de casa... ¡Pero a veces el destino nos depara una sorpresa!