En la Asturias del pasado los curas de aldea tenían entre sus funciones el papel de conjuradores de bichos. Este cargo les responsabilizaba en la lucha contra cualquier plaga que asolase su parroquia.
El ensalmador de Vega era un sacerdote del concejo de Aller, famoso por acabar con todas las plagas de los campos. Uno de sus trabajos más conocidos fue el caso de los ratones de Levinco.
Este pueblo allerano fue invadido tiempo a por una legión de ratones que amenazaban con terminar con la riqueza de su vega.
El sacerdote se presentó en el pueblo con su estola y su roquete y ordenó a los lugareños que cortasen un gran árbol y lo atravesaran en el río a modo de puente. Después, el clérigo pidió su libro al monaguillo y leyó un conjuro.
Acto seguido se obró el milagro y miles y miles de roedores salieron de sus escondites en tropel, para detenerse frente al improvisado puente. Entonces el cura volvió a conjurarlos y, ante el asombro general, los ratones cruzaron el río, en dirección al monte Valmar. Cuando cruzaron todos, los aldeanos, a indicación del párroco, retiraron el árbol.
Así es como el cura de Vega salvó al pueblo de Levinco de un año de hambre y penurias.