El papel de Asturias a favor de la libertad, y su lucha contra la opresión, han sido unas constantes a lo largo de la Edad Contemporánea.
La irrupción de las tropas francesas de Napoleón no hizo otra cosa que acelerar los acontecimientos.
Las fuerzas que lucharían contra el absolutismo borbónico estaban ya en movimiento.
Los nombres de asturianos en esta lucha son muchos: El militar gijonés Evaristo San Miguel, creador por cierto de la letra del "Himno de Riego", el ilustrado Alvaro Flórez Estrada, agudo oponente de Fernando VII, José Canga Argüelles, ministro de hacienda en el gobierno del trienio liberal, José María Queipo de Llano, Conde de Toreno, uno de los representantes del liberalismo asturiano en las Cortes de Cádiz, Juan Díaz Porlier, activo guerrillero durante la Guerra de la Independencia y que sería ejecutado en 1815 en La Coruña tras pronunciarse a favor de la Constitución de Cádiz, y por último una de las figuras más señeras y ejemplares de la historia de Asturias y de España: Rafael del Riego.
Este militar, natural de Tuña en el concejo de Tineo, con su pronunciamiento de Cabezas de San Juan del 1 de enero de 1820, traería a España durante los tres años que duraría el trienio liberal, un retorno a la legalidad.
El sueño liberal se cerraría con una ejecución sumaria en la madrileña Plaza de la Cebada, una fría mañana del mes de noviembre de 1823.
El sistema de clientelismo político, propio de la restauración alfonsina, y los sucesivos gobiernos no acertarían a resolver una situación de injusticia que mantendría sojuzgadas a amplias capas de la sociedad asturiana.
El descontento fraguaría la revolución de 1934, en la que Asturias se quedaría sola, a pesar de que se trataba de una acción que pretendía sincronizarse con otras similares en Cataluña o el País Vasco.
La revolución, clara antesala de la cercana Guerra Civil, pretendía acabar con una situación insostenible y tuvo como consecuencia terribles represalias.
Después, la guerra, la derrota de los leales republicanos y, como secuela, el exilio de muchos, la resistencia montaraz de algunos, y el silencio y la represión de la mayoría.
Durante la dictadura, Asturias sería uno de los motores de España.
En la época de la autarquía aportaría su producción agrícola, que mitigaría en parte el hambre de la posguerra.
En los años del desarrollismo la empresa pública atraería a multitud de emigrantes de otros lugares que colaborarían a un cierto despegue económico con su trabajo, aunque también contribuirían a diluir algunos rasgos de la idiosincrasia asturiana.
Este carácter, abierto e integrador se ha volcado con la llegada de la democracia en la recuperación de unas raíces demasiadas veces olvidadas.
El asturiano suele apreciar más lo de fuera que lo que tiene en casa, tal vez como un resto atávico propio de un pueblo aislado, ávido de las novedades que llegaban atravesando sus montañas o arribando a sus puertos.